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domingo, 12 de diciembre de 2010

Cupido

Si lo ves a Cupido, decile que lo ando buscando. Que yo lo ando buscando. Sabe de mí por un altercado que tuvimos en una época y lo maldije. Lamento si sus padres no lo cuidan, si son Venus y Marte, dioses de la mitología romana o cuerpos celestes. Qué pena que se haga llamar Eros para confundir, y tenga padres griegos también. Es lo suficientemente cobarde como para escudarse en su progenie, evitando asumir la responsabilidad y el castigo ulterior por sus actos. Ha de expiar esta conducta, con o sin la avenencia de los dioses mediterráneos. Al fin y al cabo uno ignora qué es lo que hace jugando con el amor. Se divierte lastimando gente, velo al señorito cómo se regodea con el dolor ajeno. Y los flechazos duelen. Y cómo duelen. Hubiera sido bueno que practicara otro deporte. Fútbol, ajedrez, lo mismo da. Un arco es un arma. Podría vaciarle un ojo a alguien o matarlo, Dios no lo permita. Aunque es bueno con el arco. Es muy bueno, demuestra gran habilidad y entrenamiento. Así y todo, calculo que se saca la venda para tirar. No me vengas con eso de que la usa para enfatizar lo ilógico, lo irracional, lo fortuito del amor: Mirá la Justicia, usa una venda y así nos va. Se la ponen de vincha. Las cosas no son casuales. El amor es un accidente, dicen. Mentira. El amor es elitista. Accidente es un tropiezo en la calle, una lamparita que se quema cuando la necesitás, un avión cuando se estrella. Un suceso que desde el inicio de los tiempos se ha cobrado el mayor número de víctimas en la historia de la civilización, más que la suma de todos los hechos azarosos, pestes, guerras, atentados, asesinatos y desastres naturales no es un accidente: Es un crimen de lesa humanidad. Como sea, este pibe, este criminal, flechó a Ligia, lo que confirma mi teoría de que es selectivo. Elige por vos con repudiable criterio. Fijate lo de Nicolás, que es un sujeto deleznable y no le va nada mal con las minas. Te decía, flechó a Ligia y me la mandó, que terminó haciendo de mi vida un calvario. Y un día, antes que todo se arruinara con ella, le rogué que me la sacara de encima, sugiriéndole una reemplazante de mi agrado. El mocoso se debe haber negado, y seguro le imbuyó nobles sentimientos a Ligia; Noté que se tornó más dulce, menos voluble, aunque continuaba desafiando mi paciencia igual que siempre.