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martes, 3 de septiembre de 2019

Don



Tenía habilidad para hallar preguntas. Lo descubrió la vez que cruzaba un parque y vio huellas en el pasto. Unos chicos habían estado corriendo y se preguntaban dónde se había escondido Adrián.
“¿Es verdad que tenés otra?” era la que emanaba de un pocillo en el bar “Arturo”, justo antes que el mozo levantara la mesa. “¿Me vas a llamar?” inquiría el perfume emanado de un traje que cruzaba la avenida. “¿Es verdad que…?” tanteaban las solapas arrugadas de un saco.
Luego comenzó a encontrar preguntas sin respuesta. Empezó como un juego, las entregaba al remitente. De alguna manera los hallaba y les dejaba la inquietud, a veces en persona, otras por debajo de la puerta.
Con el tiempo sus facultades se ampliaron e incluyó la devolución de las preguntas no recibidas, los besos que no llegaban, los suspiros cuyo destinatario no percibió, los sueños en ciernes, las promesas pendientes, las ilusiones perdidas.
Y sentía que en cierto modo hacía el bien. Y se llenaba de satisfacción.
Pronto descubriría que en realidad percibía más que el gozo de una tarea cumplida; otra persona estaba ocupándose especialmente de remitirle lo que no le había llegado.
La muchachada que concurría al taller mecánico de Ruben aseguraba que el mensajero poseía un gemelo maligno que confundía los recados, transmitía los insultos amplificándolos, aplacaba las pasiones, desmantelaba las esperanzas, publicaba los secretos, señalaba a quién realmente se le había escapado un gas.
Al gemelo maligno también lo alcanzó el gozo particular y conoció una persona que con especial interés le remitía aquello que no le había llegado. Porque a los seres de escasa moral también le ocurren cosas buenas.

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