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miércoles, 19 de septiembre de 2012

Gorriones


Finalmente, tras una batería de tentativas disimuladas en sistemáticos tanteos y manotazos, Derlis acalló el timbre que interminables segundos atrás había anunciado las siete de la mañana. Somnoliento, aún navegando en su barca de ensoñación, emergió escrupulosamente de la cama, una vez que Cora, amodorrada, le pidió que cumpliera su promesa.
Sus entrecerrados ojos, imposibilitados de percibir la tenue luz matinal, eran guiados por el rítmico goteo de la canilla de la cocina. Tras el corto trecho, en el que oscilaba tanto como su embarcación, inundó la pava de agua; al cerrar la válvula forzó el giro unos milímetros deteniendo su lamento. Sabía que toda grifería que gotea siempre puede cerrarse un poco más.
Mientras el recipiente avivaba su contenido, fue hasta el baño a enjuagar su rostro. La imagen en el espejo demoró en aflorar hasta que el agua, un poco más helada que lo habitual, lo devolvió parcialmente a la realidad cotidiana. Aquella efigie, una vez aparecida, se correspondía con la de un hombre devastado por el agotamiento.
Encendió la radio y la apagada voz del cronista se fundió en el silencio. Con el agua lista, los mates completarían la restauración de su humanidad. Acompañaban entonces a la letárgica voz radial los sonidos propios de la mateada; la garganta tragando la infusión, las chupadas finales a la bombilla, el golpe al apoyar el mate en la mesa.
Evocó el diálogo que días antes, durante el ritual del desayuno, había tenido con su compañera.

–Ayer al mediodía –anunció Cora, quebrando la monotonía, postergando al locutor– escuché piar, escuché pajaritos.
Derlis la miró extrañado. Ella, advirtiendo aquella expresión que reunía incredulidad y pesadez, prosiguió.
–Acá arriba –cabeceó– en el techo.
–¿Por dónde?
–Por acá, creo –señaló una ubicación sobre la mesa de la cocina, cerca de la lámpara– Fijate si podés hacer algo.
–Bueno.

Concluida la ronda de mates, Derlis se había vestido para ir a trabajar. Una camisa blanca, pantalones negros y mocasines del mismo color fueron la vestimenta seleccionada.
En el momento de franquear la puerta para salir oyeron débiles chillidos de aves. Y ella, exasperada, largó un ahí están, te dije, no los escuchás. Todos se callaron y Derlis miró en la dirección del ruido. En las inmediaciones de la zona señalada, entre las tejas y el entablado, unos pajaritos cantaban muy tímidamente su existencia.
Aquella música presagiaba un incordio en ciernes. Las agudas, aún sutiles notas, ya comenzaban a retumbar en la cabeza de Derlis con creciente intensidad.
Esto había ocurrido el martes. Acordó con Cora que el sábado dedicaría tiempo al asunto. La fecha se estaba cumpliendo por entonces.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Ripio

Revista "El Guardián",  30/8/2012

Hoy me voy a salir del trazado natural de este espacio. Más que nada, por la indignación que me provoca la imbecilidad ajena. Esa que es gestada al comportarse estúpidamente cuando se podía dar lo mejor de sí.
Hay un pasquín, de nombre “El Guardián”, con veleidades de publicación periodística. En la realidad se asemeja mucho a la revista Noticias (colmada de trascendidos, rumores y presuntas investigaciones) aunque sin las balancitas.
Entre sus secciones hay una que se llama “Siempre libros”, que contiene reseñas literarias, de tamaño tan escaso como el ingenio de su título. Allí hay una columna de nombre “No leas este broli” (sic), donde alguien se dedica a descuartizar arbitrariamente un libro. La columna nunca va firmada; no hay siquiera iniciales o un seudónimo. Está la piedra pero no aparece la mano.
No es novedad que se critiquen libros apenas pasando un par de hojas o leyendo la contratapa, pero esto es distinto. Salvo calificar a la novela como “insoportable”, el verdugo derrocha tinta insultando al autor en vez de criticar la obra. Las acusaciones caen sobre Nicolas Barreau, como si hubiera redactado él mismo la contratapa y la editorial (Planeta) no tuviera injerencia alguna. Y salvo aquel adjetivo, no se dice otra palabra acerca de "La sonrisa de las mujeres". ¿No era que la columna se llamaba “no leas este broli”?
Sobre el resto de la crítica y su visión grosera, pedante y altanera no hay mucho más para decir. Una opinión puede describir, explicar y echar luz sobre el objeto de su análisis, pero por sobre todas las cosas define al crítico.
El día está precioso, me voy un rato. Buenas tardes.