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jueves, 31 de marzo de 2011

Catálogo

Sonó una suave campanilla. Frente a sus ojos, la pantalla brilló en rojo incandescente el número del nuevo turno, coincidente con el suyo.
La mano sarmentosa inició su peregrinar por un libro sin nombre de tapas rojas que reposaba en el mostrador. Se dedicó a leer, de forma arbitraria, sesgada, la información presente bajo cada foto. En su errante, inconformista viboreo, recorrió hoja tras hoja, una y otra vez, en un sentido y otro, sin prisa ni decisión.
Detrás del mostrador y del azul de sus ojos, una joven de cabellos recogidos observaba expectante a la tranquila figura, atenta a sus demandas.
Finalmente, a pocos minutos —antojadizamente interminables— de iniciado ese examen letárgico, el libro capituló en su plan disuasorio y el añoso dedo índice se desplomó sobre la foto de un muchacho, tapando parcialmente su rostro en la hoja satinada.
La figura carraspeó. Con voz queda, casi imperceptible, dispersa en el silencio, confirmó el pedido.

—Este —solicitó.

La joven sonrió e inmediatamente dio inicio a sus actividades. Tomó un cuaderno y una pluma estilográfica ubicados en un estante debajo del mostrador. Grabó prolija y parsimoniosamente un puñado de letras, números y guiones, consultando con frecuencia el catálogo.
Al finalizar, y tras verificar una última vez su tarea, sopló suavemente la tinta y cuando ésta se secó, hizo que las tapas de cuero negro se juntaran gradualmente.
Se saludaron. La figura, satisfecha, se retiró. La campanilla volvió a sonar.
Y a la mañana siguiente, el padre Iván, recientemente ordenado, se despertó convencido que su fe podía negociarse.

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